domingo, 4 de julio de 2010

Mis dos o tres caídas (sin límite de tiempo)

Mis dos o tres caídas. (Sin límite de tiempo)

Huele a gloria. Huele a gloria después de terminar una pelea en el campo de batalla.

La gente grita, chifla, brincan de sus asientos, lanzan puñetazos al aire y cobran sus apuestas, continúan con ese ritual tan maravilloso que llena de orgullo a los vencedores, mientras tanto, sigo observando desde el lugar a donde pertenezco… la lona.


Ayer la visité. Se veía tan guapa como siempre, usaba ese uniforme de cuero ajustado que calentaba la pupila de cualquier sucio animal, yo por mi parte me dedicaba a cuidarle las espaldas, desde luego que no por ese hecho éramos novios, no. A Edhit, a esa muñequita la conocí después de un encuentro en el que resulté victorioso, mi preparación para la pelea contra El Mascarita resultó eficiente pues hasta la afición me siguió a los vestidores para fotografiarse y pedir consejos para los niños. La muñequita no me quitó la vista de encima, pienso que le atrajo mi fuerza y mi técnica en el cuadrilátero. Nunca me había sentido más orgulloso, mira que ser ejemplo para otras personas y ser atractivo para las mujeres ya es mucho para gente de mi calaña. Desde luego que no me quité la máscara sino ya hasta varias cuadras delante de la arena.
La historia de nuestro amor comenzó aquélla tarde saliendo de la secundaria, paseaba por el barrio cuando se hacían promociones a la gente que transitaba, invitándolos a ejercitarse en el centro de recreación más conocido de toda Ciudad Neza: el Yak´is Gym. Por un segundo me imaginé jalando en los aparatos y dando maromas por ese ring nuevecito. El sueño me duró un segundo pues era tan gordito en ésos días que prefería ver por el canal de las estrellas a los verdaderos héroes de la WWE. Gacha mi calavera por ser tan ocioso, pues a menudo recibía palizas y sufría de todo tipo de abusos, desde que me quitaran mi dinero hasta que me bajaran los tenis, si, así de gandayas son los chavos de segundo y tercer año, y peor aún si eres hijo único, no hay nada tan triste que no gozar de un hermano mayor que te defienda. Eso… eso fue lo que me orilló a visitar el lugar donde se forjaban los hombres, de nada servían los regaños y castigos de mi padre, yo seguía practicando la lucha libre, que al paso del tiempo se convirtió en el amor de mi vida.

Los papeles se invirtieron, pasaron varios años y crecí, crecí descomunalmente, ese era mi momento.

-Seis contra mi besarán el pavimento, tengo los elementos desde el sexto hasta el primero. Desde niño estuve temblando a sus espaldas, hoy vine a destrozarlos, saben bien que puedo, ninguno estaba preparado para ser humillado-torturado-sometido. Desde niño estuve temblando a sus espaldas y ahora soy su sudor soy su terror, soy la raíz de todos sus traumas, lloren o rían siempre estaré reflejado en sus pupilas. Gritan, suplican, imploran que no siga-. Ese era mi momento después de muchos años de saldar mis cuentas con esos gandayitas a quien nunca olvidé.

Huevos, leche, carne, frutas y mi amado jugo de naranja con apio, de todo tenía que comer en la semana, mi madre al igual que mi manager era muy rigurosa a la hora de ingerir los alimentos pues no me permitía pasar nada al estómago sin masticarlo veinticinco veces. En ocasiones se paraba a servirme más comida y al dejar el plato en la mesa tocaba mi espalda diciendo: “vas creciendo mi amorcito, también te vas poniendo muy fuerte”. Y así fue durante los siguientes seis veranos. A la hora de la comida platicaba con mis padres todo lo que hacía en la universidad, lo mucho que me gustaba, lo mucho que aprendía. Claro que jamás dejé de lado a mi amor… la lucha libre.

Pensé que mi padre me volvería a prohibir seguir entrenando al ingresar a la facultad, pero no fue así, al parecer también llegó a enamorarse de mis entrenamientos, de las veces que salíamos a correr desde temprano, de verme cargar aparatos y discos pesados, de las competencias y torneos en las que se sintió tan orgulloso por mis victorias, si creo que también llegó ser parte de su vida, nunca olvidaré la tarde en que Eliseo Flores (mi manager) me dijo que estaba apto para mi primera pelea, pero tenía que hablarlo con mis padres, de momento mi jefe no accedió pero con la intervención de mi madre terminó ayudándome a diseñar mi máscara y a formular mi nombre.


-Lucharaaaaán de De dos a Tres caías sin límite de tiempo. En la esquina rojaaa representando al club deportivo Francisco I. Maderoooo, con un peso de 80 Kilos: ¡¡Mini Brazo de PLataa!! Y en la esquina azul representando al club de lucha libre Yak´is Gim con un peso de 82 kilos: ¡¡Blaaaack Pantheeeer!!

Ese es mi nuevo nombre, desde luego que no muchos saben mi verdadera identidad, pero algunos me identificaron al salir de los vestidores por la forma de mi cuerpo, -eres inconfundible, ese abdomen tan bien formadito y el lunar en tu pecho te delata- me dijeron algunos amigos que asistieron para echarme porras.

Sólo tenía quince años pero jamás olvidaré la primera vez en que recorrí el camino al cuadrilátero, llenándome de adrenalina a causa de los gritos de la afición, las gradas completamente oscuras pero llenas de gente sedientas de un espectáculo que los hiciera sentir vivos, al final de ese camino las luces en los más alto iluminando como estrellas en el cielo la negra noche y anunciando lo que sería el principio o el fin de tu carrera. Vi a mi contrincante a los ojos y él me vio, noté una furia y odio hacía mí, por primera vez en mucho tiempo sentí miedo, ese miedo helado que te recorre por las venas y te paraliza el cuerpo, tenía brazos más grandes que los míos a pesar de no ser más alto que yo, su pecho era digno de un fiero guerrero que había dejando mordiendo la lona a tantas luchadores que al parecer ya había olvidado la cuenta. Eso me paralizó y solo pude alzar mi mano en forma de saludo cuando mencionaron mi nombre.

Pasaron las presentaciones del referee y sin más Mini Brazo de Plata me fue encima dejando de lado la técnica y la elegancia del espectáculo, me tomó de la máscara (que por poco me arranca) y me azotó contra el poste del ring, una y otra vez golpeó mi cuerpo y pateó mi trasero, me golpeo con el antebrazo en mi rostro provocando una fuerte caída, lo primero que vi al abrir los ojos fue su enorme cuerpo a punto de caer como plancha en mi pecho, por instinto giré pero cuando intenté levantarme ya tenía su pié en mi cara, me pateó y rodé para terminar de espalda arriba me tomo de los brazos apoyando un pie en mi espalda y jalando muy duro mis extremidades para que yo pidiera clemencia y el pudiera gozar de una victoria más.

Mala suerte la suya pues a todos se les acaba el veinte, dentro del martirio que estaba padeciendo pude ver el rostro aterrado de mis amigos y a su lado la cara de coraje de mi padre consolando a mamá, eso me llenó de furia, no sé cómo pero golpee sus huevos, de inmediato cayó agarrándose su tesorito, era mi turno de vengarme; estiré mis brazos a los lados y caí en repetidas ocasiones en una de ellas dejé caer mi codo en una parte muy sensible: la yugular. Dejé que se levantara para darle la zarandeada de su vida pues no dejó de rebotar en las cuerdas, calló tendido ya para terminar con el escarmiento lo levanté de las piernas hasta donde pude y lo azoté en la lona, lo que produjo que hasta el polvo se levantara, lo puse espaldas planas a el piso y salí victorioso de mi primera pelea, con el cuerpo lleno de sudor y un cansancio que se disfrutaba, pues era el sabor de la victoria, el referee me levantó la mano derecha y hasta ese momento me percaté de que la afición seguía ahí gritando como orangutanes satisfechos por el debutante amateur Black Panther.

Y así se fue cumpliendo mi récord, poco a poco me hacia experto en el ring y copiaba las llaves y movimientos de mis enemigos más mortíferos como fueron: Niño de Oro, Kamala, Apache, Smokey, Frijolito, Mini Porky, Mascarita 2010, Electrónico, Blue Panther, El Esclavo, Mil máscaras y muchos otros más, de algunos de ellos tomaba movimientos intentando mejorarlos para una optima realización pues me libré de muchos de ellos gracias a la falta de práctica de sus inventores, las cuerdas se fueron haciendo amigas mías y con su ayuda logré hacerme de miles de fans quienes se volvían locos por la manera en que le caía a mi adversario encima ya fuese dentro del ring o en las gradas. Fue así como conocí a algunos socios que me llevaron a la pantalla chica, la empresa Televisa se hizo cargo de dar difusión a los espectáculos de lucha libre por las noches, hora en la que aseguraban tenían un mayor rating. Un minuto en un comercial en el canal 2 a las diez de la noche hacía que la Arena México se convirtiera de nuevo en el centro de espectáculos de lucha libre en vivo más grande de México. Cuanto bien nos hizo Televisa, nos dio todo, dinero fama, influencias, bastaba con otro minuto en el canal más importante de algún estado de la República en el que presentaba a pelear para que el lugar estuviera a reventar, y como no, si a nosotros nos pagan bien, pues hay que devolver el favor, si, haciendo miles de comerciales legitimando el poder y el imperio de Televisa que en ese entonces estaba al servicio del poder. Pero mientras nos pagaran no había problema alguno, pensábamos que al Consejo Mundial de Lucha Libre ni los dioses lo quitarían de su puesto. ¡Aja!

Fue la pelea de lucha libre más esperada del siglo, o eso dijo Televisa. Ahora que lo pienso tuve suerte de involucrarme con personas que te llevaban a la gloria en la lona, en buenas lonas, nunca di un espectáculo callejero y un luchador de mi categoría nunca lo dará. La gloria que se vive en el cuadrilátero bajo las luces, los promotores peleándose unos a otros porque te hicieran llevar tan solo un logotipo en tu cuerpo de alguna marca prestigiada era signo de poder, de influencia, de que en verdad tu trabajo era de calidad.

En mi última pelea clasificada retando el ya muy famoso Mascarita, por el cinturón de oro (batalla que por cierto no fue nada sencilla pues peleamos máscara contra máscara) se sentía un aroma de inseguridad, después de tantas peleas contra contrincantes muy feroces, siempre existió un poco de miedo dentro de mí, pero ese miedo lo transformaba en coraje, en rabia para pelear y dar un espectáculo que a la gente le gustara, sin embargo la noche tenía algo muy raro. Para mi era un día como cualquier otro, como de costumbre llegué a la Arena México a solas en mi Harley, entre por la puerta escondida asignada a los luchadores, pero antes de entrar tuve el vago pensamiento que esta ocasión la pelea sería mucho más intensa que en otras ocasiones, y así fue. Me cambié de ropa, saqué de mi casillero las cosas más importantes y cuando menos vi el lugar ya estaba repleto de periodistas esperando autógrafos y exclusivas, como pude y con ayuda de mis sparrings pude salir de tremendo ataque, pronto escuche mi llamado al ring y al momento en que me dirigía a la arena esperé a que el referee gritara mi presentación y así fue, aquel tipo vestido de pingüino con voz aguardientosa y a todo pulmón me presentó como el retador por el cinturón de oro. Los aplausos, silbidos, confeti por doquier, pétalos de rosas y hasta algunos billetes galardonaron mi entrada, ese instante me llenó de orgullo y eliminó ese horrible peso que llevaba encima.

Aquel hombre de avanzada edad (por su mirada y su cuerpo cansado) defendía como perro sarnoso lo que con muchos años de esfuerzo y trabajo alcanzó, la gente nos arrojaba cosas al ring, las abuelitas y esposas gritaban como maniáticas desesperadas, los niños silbaban y algunos señores hacían bromas pesadas, todo eso al mismo tiempo que prestaban la atención necesaria para el inicio de tan esperada batalla. Le apodaban el mantequilla, si, por la forma en que se escapaba de los brazos de sus contrincantes, una tras otra se fueron acabando las llaves que el mantequilla aprendía con su memoria fotográfica, pero eso no era lo más difícil de todo, eso no era nada, pues para llegar a tocarlo siquiera un poco tenías que abrirte paso entre los tres enanos que lo protegían como fieros canes. De la nada brincaron estos chaparritos (más conocidos como los Tres Mascaritas porque eran una copia del Mascarita solo que en miniaturas) ensalzando sus maromas en el aire, fue un espectáculo de película, si, como en una película de ninjas brincaban al aire dando marometas acercándose hacía mí. A pesar de ser pequeños pegaban salvajemente y sus movimientos eran tan agiles que no podía tocar a ningunos de ellos, se me amontonaron entre los cuatro golpeándome e intentando quitarme la máscara, de pronto tomé a uno de ellos de sus colores y su máscara salió por inercia. A los otros dos enanos los enfrenté mientras el mascarita me hacía una de sus suertes más peligrosas, caerme por encima desde lo alto, le salió el tiro por la culata, pues con eso solo logró acabar con uno de sus enanos, el tercero al ver la mala puntería de su jefe se quedó perplejo lo que permitió que su máscara volara hacia la afición.
Podía sentir su respiración, no jadeaba como muchos otros, seguía como nuevo, y la hora de la verdad se acercaba, me prendió con una llave china de la que me zafé muy fácil. Mi sudor le caía en el rostro, logró voltearme espaldas a la lona y sacó le calzón una bolsita con lo que podría ser su salvación: sal. La arrojó en mis ojos, utilizó bien el momento en que tambaleaba pues me castigó tan brutalmente como un gorila en defensa de su manada. Y fue así como decidí liquidarlo sin misericordia.

Sin poder ver mucho reuní todas mis fuerzas, que hasta la féchame sorprende lo tomé de la cabeza y lo azoté en el poste del cuadrilátero hasta que la sangre había hecho ya un cargo de sangre, cayó desmayado y no me hice esperar para reclamar lo que era mío.
La lona se cubrió de billetes hechos bolita por la gran pelea que ofrecimos esa noche, el público se levantó de sus lugares y muchos de ellos subieron al ring a cargarme o tomarse una fotografía conmigo a la par de ello destapaban botellas de chapain, yo sólo podía ver flashazos y confeti.
Una vez estando en los vestidores conocí a esa bella muñequita que con el tiempo se convirtió en mi esposa y que a menudo la visitaba en motocicleta para cortejarla. Ella fue mi inspiración para defender mi título por lo menos en diez ocasiones.

El tiempo pasó, me convertí en una leyenda, pero ahora Televisa nos dio la espalda, innovación, gente fresca, nuevas ideas. Eso fue lo que terminó con nuestro negocio de la lucha libre, pues para ellos sólo era un negocio y cuando dejó de ser rentable, simplemente nos convertimos en fantasmas. El CMLL sirvió para nada, con una mano en la cintura dejaron de transmitir un bello espectáculo de hazañas y piruetas voladoras, por un espectáculo de amenazas y gritos, es más cambiaron la fuerza de los hombres por las palabras de una verdulera. No es más que un montón de “hombres” inflados por anabólicos, eso tiene en sus filas la WWE.
Llegó rápido y se fue rápido. Siempre me advirtieron de no confiar en los promotores, jamás entendí, no porlo menos hasta el día en que supe que mi carrera había sido financiada por muchas marcas y ahora estaba completamente endeudado, me quitaron hasta la camisa, por lo menos no se llevaron al amor de mi vida.
Y aquí sigo, en el Yak´is Gym entre el polvo y los viejos aparatos con los que alguna vez me ejercité para pelear, entreno niños que más que un deporte lo ven como una forma de acercarse a sus héroes, y cuando pregunto ¿quiénes son sus héroes? Responden afanosamente:
Blue Demon, El Santo, Blue Panther, El Huracán Ramírez, Black Phanter… etc.
La pantalla nos borró, pero vivimos donde el pueblo nos recuerda, en la gloria del ring.

Mis dos o tres caídas. Sin límite de tiempo.

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